Personajes condenados a encontrarse
Explorar los claroscuros de una ciudad luminosa como San Sebastián es la máxima de Lide Aguirre en Los trucos de la bestia. De la misma forma, arroja luz sobre una trama endiablada, presentando de forma cotidiana y razonable acontecimientos que, contados por otros, nos resultarían inadmisibles. El juego es, por tanto, doble: Aguirre apaga la luz con tinieblas y presenta lo irracional como algo cotidiano, que puede suceder y además está sucediendo...
la investigación corre al margen de los cauces oficiales
Todo comienza una tarde cualquiera. Mikel ha terminado una jornada más como fotógrafo de prensa y va caminando bajo la lluvia cuando se cruza con un coche que sale de un parking cercano. Lo conduce Iván Katz, su vecino de la infancia, ahora artista y emprendedor muy conocido en la localidad. Pero Mikel afina la vista: en el asiento trasero del vehículo está sentado Pablo Martiarena, quien ha desaparecido hace poco, al que toda la ciudad está buscando...
Mikel se encuentra en un momento bajo porque su mujer le ha abandonado a las semanas de casados y una extraña obsesión personal le impulsa a investigar personalmente el caso, ayudado por su prima, Lorena, una periodista que al no tener trabajo fijo, ve en el posible notición el espaldarazo definitivo para su carrera.
Narrada en presente histórico, con la fluidez que ello aporta, y con esta pareja de investigadores, Los trucos de la bestia es de esas novelas en las que la investigación corre al margen de los cauces oficiales. Juntos, Mikel y Lorena recorrerán el barrio de Gros, un barrio bohemio del que conoceremos otros perfiles.
Digamos que desde el primer momento, Lide Aguirre juega con las cartas boca arriba, y no disimula quién o quiénes pueden ser los villanos de la función. Lo importante en este caso no es tanto su identidad, evidente desde un principio, como su dinámica sectaria y sus procedimientos. Como en un juego de muñecas rusas, la información está muy bien dosificada y de forma progresiva iremos viendo el alcance de un caso que lejos de ser anecdótico, tiene más implicaciones de lo que parecía a primera vista.
Cierta idea romántica del destino, de personajes condenados a encontrarse, de la fatalidad, pesa sobre estas páginas. Aunque no me corresponde a mí desvelar sus misterios sino incentivar su lectura porque, créanme, está muy bien escrita, entretiene a rabiar y se lee en un suspiro. Y ya puestos, jugando con alguna idea contenida en sus páginas, invito a leerla porque es una forma cómoda y totalmente inofensiva de asomarse al abismo. Ya saben, si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada.
Berenice, 2020
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David G. Panadero
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